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Ensayo elaborado por:
Luisa Chauran, Alicia Rodríguez, Yulitxis Campos, Eduardo Rojas, Franklyn Castillo, Karina González, Richard Blanco, Rafael Rojas
Para entender el cambio de
Brasil basta con revisar algunas premisas que tomamos del Centro de
Investigación de la Política Económica, que reconocen a Brasil como la segunda
potencia: económica y política del continente americano.
Brasil ha tenido éxito al
diversificar su economía desde la fuerza tradicional en sectores primarios y al
desarrollar una industria manufacturera internacionalmente competitiva.
Su PIB es ya casi la mitad
de América Latina y su PIB en dólares es ya casi un 10 por ciento superior al
de España. Si la comparación se hace con China,
se observa que el PIB del país asiático es casi tres veces el de Brasil
pero su población le superar siete veces.
Por ello, aunque el
crecimiento del PIB de Brasil no sobresalga frente a otras economías
emergentes, se mantiene como un punto de atracción prioritario para empresas de
todo el mundo. A la par, la política económica y social aplicada durante los
últimos años y el ambicioso Plan de Mejoras de Infraestructuras del gobierno
brasileño (PAC), enfocan los ojos de la inversión internacional en el país
sureño que todavía enfrenta la corrección de los problemas de índole interna,
que le permitan unificar entre sus connacionales “Brasil una promesa cumplida”.
En ése último aspecto
estará nuestro abordaje. Brasil como La Gran Economía de la América del Sur se
debe a su gente como principal activo. ¿Cómo llevar el bienestar y las
oportunidades a toda su población? Sobre estas estrategias indagó María
Cristina Cacciamali, de la Universidad de Sao Paulo.
La investigadora escribió
sobre la sistematización del ciclo virtuoso entre crecimiento económico,
políticas de mercado de trabajo y políticas asistenciales que impulsó un
proceso consistente sobre la redistribución de la renta del trabajo desde final
de la década de 1990 en Brasil. El estudio analiza las tendencias a revalidad y
que intervienen en este proceso tales como mayores inversiones en educación e
infraestructura, expansión de la demanda doméstica y la continuidad de las exportaciones hacia
Asia.
La gran economía de América del Sur
No es un secreto que Brasil, el
gigante sudamericano, atraviesa un período de prosperidad económica. Diversos
economistas pronostican que Brasil puede llegar a convertirse en la cuarta
potencia económica del mundo para el 2030, por esta razón está clasificado
dentro de los países emergentes con alto potencial de desarrollo. Su poderoso
crecimiento industrial es sumamente notorio logrando que un 74 por ciento de
los bienes exportados sean manufacturados y semi manufacturados con un sector
que representa 31 por ciento de su Producto Interno Bruto, PIB.
Todo
indica que en la actualidad, Brasil se posiciona como un país
económicamente pluripolar, abierto y
emergente con un crecimiento económico con distribución de la renta desde
finales de los 90, aunada a una solvencia
notoria dentro del continente suramericano.
Según lo explica el diccionario de
economía política, “la distribución de la renta o igualdad de ingresos, no es
otra cosa que la forma en la que se reparten los recursos materiales de dicha
nación, producto de la actividad económica en los diversos estratos
socio-económicos”, es decir, la distribución es uno de los aspectos viales de
la producción de un país, una fase ineludible dentro del proceso económico que
conecta de forma directa la producción con el consumo.
La historia
nos revela como el régimen militar que dominaba la nación brasilera en la
década de los 80 , provocó un proceso de reinstitucionalización en diversas
esferas de la sociedad que conllevó al endeudamiento externo. Los elevados índices de inflación, la
concentración de la renta, el descenso de la productividad, entre otros
malestares económicos, ponían en un verdadero peligro el desarrollo e
independencia económica de Brasil. Durante este periodo el desarrollo
macroeconómico se caracterizó por la recesión económica.
Sin embargo,
el segundo periodo, entre 1990 y 1999, según
lo refleja artículo en “La Revista de Estudios Empresariales”, se
caracterizó por un modelo económico más competitivo, estimulado por medidas de
liberación económica; por otro lado el control de la inflación se obtuvo a
través del monitoreo directo de la política monetaria. El resultado fue el
mantenimiento de elevadas tasas de interés, sobrevaloración cambiaria, motivado
a un régimen de cambio fijo que culminó en 1999 con la reestructuración
productiva y un inestable crecimiento económico. Por su parte el mercado de
trabajo entre 1990 y 1991, sobrevivió a
los catastróficos efectos generados de la mezcla entre recesión económica y la
liberación comercial.
Para 1994 la crisis se debilitaba.
Durante la administración de Itamar
Franco, el crecimiento económico se fortalecía poco a poco gracias al Plan Real
que tuvo como principal objetivo acabar con la hiperinflación. La fórmula que se utilizó en 1994 para
controlar la inflación fue la de crear una moneda con un tipo de cambio fijo
respecto al dólar. Posteriormente, en 1999 el Gobierno de Fernando Henrique
Cardoso decidió dejar flotar la moneda
de nuevo. Cardoso era ministro de Hacienda cuando se creó el Plan Real. El
éxito del plan se produjo, lograron una
reducción abrupta de la inflación que pasó del 43,1% mensual durante el primer
semestre de 1994 a 3,1% en el segundo semestre, y a 1,7% en 1995.
Asimismo, como consecuencia de otras
crisis económicas mundiales, entre 1990 y 1999, la moneda brasileña sufrió
diversos ataques que conllevó al establecimiento del régimen de cambio flexible
lo que originó la devaluación del real. Por otra parte, el rápido
posicionamiento y desarrollo de la economía China promovió las exportaciones
brasileñas que, en forma consecutiva, dio curso a los demás componentes de la
demanda agregada. Este esquema le permitió a la economía brasileña marcar desde
el 2000 un paso creciente y sostenido de la producción, del empleo; para el
caso de los salarios reales, hubo de aguardar el inicio de 2004.
En plena década del 2000 , Brasil va
consolidando uno a uno logros en materia económica, relacionados con la
recuperación del mercado de trabajo. La creación de empleos dentro del mercado
laboral, produjo una mayor inserción social, que elevó la calidad de vida, el
bienestar y disminuyó los índices de pobreza. Todo ello marcando diferencias
con la actividad del mercado de trabajo en décadas anteriores que,
definitivamente, asentaron los registros más significativos
entre 2002 y 2008.
En otro orden de ideas, las políticas
públicas y la distribución de la renta del trabajo domiciliar por cada persona
entre 1995 y 2008 se redujo desde el 2001 pasando de 0,6 a 0,548 puntos
consecutivamente. La desigualdad, medida
por el índice de Gini, está en su nivel más bajo desde 1960, cuando comenzó a
medirse.
Estos pasos de avance del gigante del Sur no se dieron sin pasar
el trago amargo del sacrificio colectivo. Acciones todas que permitieron que
tanto el crecimiento económico como la expansión del mercado de trabajo
estuviesen siempre unidas a diversas intervenciones del gobierno brasileño, que
posteriormente fueron respaldadas por la sociedad civil, originando un estándar
de crecimiento real y acelerado de los rendimientos del trabajo de los estratos
más bajos de la distribución de la renta. La distribución nacional en aquella
época de la sociedad brasileña, se inclinó en
el interés de toda la sociedad, al mismo tiempo. Podemos ver reflejado
aquí los resultados de un efectivo trabajo en equipo.
Por su
puesto, los cambios vinieron a dar cuenta de las acciones ejecutadas de todo un
colectivo. Así podemos citar las propuestas por parte del Ministerio de Trabajo y Empleo (MTE) que se
tornaron vitales para el desarrollo económico del país, concentrándose en
algunas políticas laborales que comentamos.
En primer lugar, mantuvo la política activa de salario mínimo
contribuyendo a la elevación real del salario base en la economía, influyendo
en el crecimiento real de las bases salariales de los trabajadores por ramas de
actividad en las negociaciones colectivas, provocando de forma directa el
aumento real de las transferencias monetarias a los ancianos y a las
jubilaciones.
En segundo lugar, “se mantuvo la financiación de los
Servicios de Empleo a través de los recursos del Fondo de Amparo al Trabajador
(FAT), denominados, en Brasil, Programa de Seguro Desempleo (PSD). En la década del 2000 , resaltó la ampliación
de acceso al seguro por desempleo , el aumento de los recursos transferidos por
el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bndes), destinados a
inversiones en infraestructuras y fusiones de grandes empresas, y el
crecimiento de la oferta de crédito a través de las demás Instituciones
Financieras Oficiales Federales (Proger) dirigido a Pymes y formas asociativas
de producción (Economía Solidaria). Actuando en forma concatenada, el gobierno
expandió las operaciones y el valor de los préstamos del Programa Nacional de
Agricultura Familiar (Pronaf) en las áreas rurales. La ampliación y
democratización del acceso al crédito -inversiones y giro- tuvo consecuencias
positivas en la creación y el mantenimiento de los puestos de trabajo”, reseña
la Revista de Estudios Empresariales. Segunda época.
Se trató de una especie de subsidio conocido
como “el seguro por desempleo”, que se
encargó básicamente de cubrir la falta
de ingresos de los desocupados procedentes del mercado de trabajo formal y
otros grupos, como los domésticos con contratos registrados, los trabajadores
de la pesca artesanal, los trabajadores rescatados del trabajo forzoso y los
participantes en bolsas de cualificación (desempleados en programas de formación
profesional).
El
seguro de desempleo brasileño fue creado en 1986 , se expande a lo largo de los años 90 y 2000.
Durante el 2008, 6.7 millones de trabajadores recibieron beneficios, con un
valor medio de R$ 595 (US$ 275), equivalente a 1.3 veces el valor actual del
salario mínimo (R$ 465). Tres
factores elevaron el número de asegurados en los años 2000: el mayor acceso, la
elevada rotación del mercado de trabajo brasileño y la ampliación de los
empleos en el segmento laboral formal. La expansión del empleo en el mercado de
trabajo formal también elevó el número de beneficiarios del abono salarial -el
décimo cuarto del salario para los empleados formales que reciben hasta dos
salarios mínimos.
El pago del beneficio varía entre 3 a
5 meses, dependiendo del tiempo de servicio del trabajador o trabajadora. En
marzo de 2009, el gobierno anunció la extensión del pago del beneficio por dos
meses adicionales para trabajadores de sectores altamente afectados por la
crisis (minería, siderurgia) que perdieron su trabajo a partir de noviembre de
2008.
Asimismo, el FAT también financió los
servicios de intermediación de mano de obra y programas de valorización social
y capacitación profesional. Estas acciones cuentan con menos recursos, aunque
son ofrecidas a través de más de mil agencias de servicios de empleo
distribuidos en todo el territorio brasilero.
Los programas de transferencia de
ingresos implementados en Brasil como “Bolsa Familia” (PBF) redujo
significativamente los niveles de desigualdad y la pobreza, incrementó los
niveles de educación y de salud de las familias beneficiarias. El programa cuenta con más de diez años según
datos del Gobierno, más de 36 millones de personas salieron de la pobreza
extrema desde el inicio de la “Bolsa Familiar”.
Este programa en la actualidad
consume alrededor de 0,5 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) del
gigante sudamericano, además posee un
gran impacto en las economías de las ciudades más pobres y pequeñas del interior.
Aunque no represente una prioridad presupuestaria para el Gobierno actual,
diversos eruditos en materia económica
apuntan a que el PBF fue el motor de la asistencia social en el país. En
2002, antes del programa, esa área recibía apenas el 3,2 por ciento de los
recursos federales. Hoy representa el 9,2 por ciento de los gastos.
“Este programa de asistencia social
contribuyó en la disminución del grado de desigualdad y de los índices de
pobreza, provocando la expansión de la demanda interna (mediante el consumo de
los más desfavorecidos). Entretanto tenemos que considerar que a lo largo del
tiempo, siendo constante el mismo valor, los efectos marginales de las
transferencias son decrecientes y que la sostenibilidad del Programa dependerá
no sólo del consenso político, sino también sobre otros factores como, por
ejemplo, la magnitud de la participación del Programa en el presupuesto
público, la evolución de la recaudación fiscal en los próximos años y el
porcentaje de deuda pública en relación al PIB”, señala la publicación.
Las Políticas Educacionales jugaron
un papel transcendental para desarrollo de Brasil, ya que el aumento de la escolaridad fue
“determinante para el aumento de empleabilidad y existe consenso en que la
educación es fundamental para entender la desigualdad brasileña”, (Langoni 2005). Pese a este logro el nivel
educativo del brasileño se encuentra muy bajo en comparación internacional, lo
cual es factor que evalúan las autoridades.
De este ciclo virtuoso de medidas y
acciones coordinadas hacia el logro de la meta, podemos citar con igual
relevancia la tarea asumida por los sindicatos, los que tras el año 2006,
alcanzaron negociaciones colectivas que permitieron aumentos salariales por
encima de la inflación y se apropiaron de parte de la productividad, dando
mayor piso a este ciclo económico expansivo que permitió el valor añadido de la producción a
niveles cercanos al 40 por 100 en 2009.
Analistas han apreciado estas
acciones como definitivas para la escalada del mercado de trabajo y de las
transferencias de renta sobre la disminución del grado de desigualdad de la
distribución de la renta del trabajo conllevó a
la desconcentración del mercado de trabajo en las todas las regiones.
Comentan los analistas del tema que la
difusión de la renta del trabajo fue el elemento de mayor impacto en la
disminución del índice Gini, influyendo de forma negativa con valores del -64 por 100 entre 2001 y 2004 y del -39,23
por 100 entre 20014 y 2006, registrados, principalmente, en la región Noreste
de Brasil.
Conclusiones
Encontrar y mantener la tendencia
decreciente sobre las desigualdades sociales en Brasil dependerá tanto de la
sostenibilidad del crecimiento económico y del empleo formal, a la vez que de
la continuidad de las políticas distributivas más eficaces. Es el reto.
Este criterio destaca dentro de la
serie de consideraciones a las que llega la analista María Cristina Cacciamali,
al lado de su observación a los gestores de las políticas públicas que deberán
perfeccionar la gestión y los procesos de evaluación por grupos independientes
de los programas sociales aplicados de modo que “obtengan diagnósticos,
resultados de desarrollo y de impacto que permitan la reorientación cuando sea
necesaria”.
La investigadora también es muy
precisa al señalar que “la distribución
de la renta del trabajo tiene que ser analizada con cautela, pues Brasil
es aún uno de los países con mayor concentración de ingresos y desigualdad
social en el planeta”.